[:es]Lizt Alfonso Dance Cuba quiere mostrar arte en concurso en Panamá[:]

[:es]La maestra Lizt Alfonso invoca el gusto al bailar mientras ensaya a los jóvenes elegidos para representar a su sello artístico en la competencia internacional Danza Activa, del 30 de agosto al 2 de septiembre, en Panamá.
Técnica certera sí, importa, por supuesto; pero sin interpretación, sin disfrute del arte, todo carece de sentido para la bailarina y coreógrafa que hace 28 años fundó una compañía ya histórica en el panorama cultural cubano.
Por estos días, las regisseur de Lizt Alfonso Dance Cuba (LADC), Claudia Valdivia y Diana Fernández, junto a la directora y varias profesoras del centro, buscan elegancia, firmeza y dominio en sus aprendices.
Primero, se empeñaron en tornar los movimientos difíciles en cotidianos, conscientes de que lo habitual llega a volverse fácil. Ahora, falta poco para el concurso y, como es lógico, los ensayos en la sede de la compañía crecen en intensidad y detalles. Toca transmutar lo fácil en bello.
A la competencia en Panamá pretenden ir a ganar pero también a aprender, en eso insiste Lizt, quien tiene la experiencia de haber sido miembro del jurado en la pasada edición de Danza Activa.
Rebelde, inconforme, creativa, Lizt Alfonso no se conformó con un estilo sino que empezó a tejer muchos en la danza y creó el suyo, con el nombre de fusión, aglutinador de elementos del flamenco, el ballet, la danza contemporánea, el folclore y disímiles bailes populares.
Tampoco se conformó con una compañía sino que forjó un Ballet Infantil y Juvenil, que se nutre de un Grupo Artístico Docente, abrió Talleres Vocacionales y hasta cursos de verano. Los beneficios de sus propuestas para niños y jóvenes en un municipio como el de La Habana Vieja no pasan inadvertidos.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) la distinguió con el título de Embajadora de Buena Voluntad y la Casa Blanca, en Estados Unidos, le concedió el Premio International Spotlight para las Artes y las Humanidades.
En unos días, una decena de jóvenes, con edades de 14 a 18, tendrán no solo el reto de concursar por primera vez en otro país sino de personificar un sello artístico de reconocimiento dentro y fuera de Cuba pues LADC ha sido aplaudida en más de 200 ciudades del mundo.
“Si ustedes no se lo creen, nadie lo va a creer”, razona Claudia Valdivia, durante un ensayo con los concursantes. Defensora de lo natural y orgánico, la maestra insiste a la vez en limpiar desplazamientos, ángulos, la transición de los brazos, la colocación de las manos, cómo deslizar, caminar, usar las rodillas, la espalda, la cabeza.
Algunas piezas exigen relajar las espaldas, otras lo contrario a fin de proporcionar estabilidad, control. Así de contrastantes son las ocho obras que exhibirán en Danza Activa Internacional 2019, considerada la competencia danzaria más importante de Panamá.
Renacer, coreografía de Diana Fernández; Al Aire y La Boda de Luis Alonso, ambas de Lizt Alfonso; Retahíla, de Indira Álvarez; Agobio, de Diana Fernández y Risel Mayor; Fugata, de la propia Claudia; De contrabando, de Daira María Jay; y De Cai a Sevilla, de Yohara García, provocan a tacones, sayas y abanicos indistintamente.
Las continuas repeticiones a la par de los consejos transforman ejecuciones y obras cada día. Las orientaciones rinden frutos, contribuyen a dotar de sentido los gestos, a actuar en base a intenciones para ganar en poder, fuerza, seguridad.
Importa el contacto visual, el empaste de unos bailarines con otros, la interpretación, la musicalidad.
“Sientan cada paso. Piensen en todo, por dónde van los movimientos”, reclama Claudia mientras el cello de Yo-Yo Ma expone la Fugata de Astor Piazzola y ella apela a la excitación de las cuerdas para demandar más fuerza en las poses, con la intención de generar una especie de duelo entre los artistas.
“Sientan placer y comodidad. No miren al piso. ¡Cabeza!”, subraya la maestra e implora a sus alumnos invertir más tiempo en el estudio. Al igual que en Claudia, los principios básicos del método Stanislavski determinan la labor de la profesora Diana, creadora de Renacer, una coreografía que trasluce frescura y alegría. Ella la compara con un sol, un haz de luz que sale del pecho, atraviesa el espacio y lo ilumina todo.
“Mi juventud está ahí”, sugiere, en un intento por remarcar emociones, motivar acentos, buena vibra. Las espaldas deben colocarse ligeramente hacia adelante, como la de las bailarinas del Romanticismo, como las de la escuela bolera, una variante de la danza española que bebe de la fuente del ballet clásico.
Por el contrario de Renacer, la pieza titulada Agobio habla de represión, aprisionamiento, obstinación, conflicto y, aunque a todos no nos agobien los mismos problemas, la humanidad entera ha padecido la sensación, por diversas razones.
A veces nos agobia no poder decir lo que pensamos y la rabia de la contención nos conduce en una dirección o hacia movimientos inusuales.
El cuerpo encuentra maneras de expresar y la maestra aprovecha para acentuar los ataques a partir de conceptos que emergen como golpes en medio de un intento de discurso, devenido en diatriba, porque el intérprete impone la necesidad de estallar, de contar sus problemas.
“Te los voy a decir de todos modos. Aquí estoy cargando con todos mis pesares, cansada de que me corten las alas”, de este modo Diana intenta dibujar una imagen poderosa que desate en sus alumnos la sensibilidad necesaria.
“Cuando pido ayuda se tiene que ver la flexibilidad del torso”, alega. En general, las maestras de LADC coinciden en trabajar en base a una historia, a sentimientos e intenciones. No entrenan para competir sino para compartir arte y, sobre todo, cultura. La de una isla del Caribe con raíces cruzadas de España y África.
“Quiero oír música de los pies”, clama Lizt Alfonso con una resolución contundente. El arte no se sacrifica por nada, pero por el arte se sacrifica todo. Esa enseñanza, para las nuevas generaciones, es clave, según hace notar la maestra.
Por Martha Sánchez
Tomado de: Prensa Latina [:]